Albizu Campos y el desarrollo de la conciencia nacional puertorriqueña en el siglo XX.
Manuel Maldonado-Denis.


Partes




El Prócer Ponceño.

Pedro Albizu Campos, el personaje histórico es, en realidad, historia contemporánea de Puerto Rico. Con el transcurrir del tiempo el verdadero significado de su gestión patriótica va agigantándose y la vigencia de su pensamiento y de su acción comienza ya a perfilarse de manera definitiva en la conciencia de nuestras juventudes. Su sombra hoy se extiende no sólo sobre su isla sino que adquiere funciones continentales y universales. Y no podría ser de otra manera. Porque más allá de su martirologio en pro de la independencia de Puerto Rico, se halla Albizu Campos el portador y ejecutor de un principio que ha cobrado validez universal en este siglo que vivimos: el principio de que el colonialismo está condenado a desaparecer y de que todos los pueblos del mundo tienen el derecho a ser libres. En ese sentido el prócer ponceño fue un adelantado, un precursor de las fuerzas sociales que hoy luchan en todo el mundo contra el colonialismo y el neocolonialismo. En el desarrollo de la conciencia nacional de nuestro pueblo en el siglo XX se sitúa como continuador de la gran obra patriótica de De Diego y rescata a la lucha por nuestra independencia y nuestra nacionalidad del olvido en que la habían sumido los políticos oficiosos que disfrutaban y aún disfrutan del reparto colonial. Alrededor de su figura cristalizará en la década crucial de los años treinta el auténtico espíritu de resistencia nacional de nuestro pueblo. Y luego la sexta década le hallará en el papel de despertador de conciencia que clama en el desierto creado por quienes se habían aupado hasta el poder cabalgando la cresta de la ola independentista para luego repetir, aquí en Puerto Rico, los mismos desatinos y atropellos perpetrados en la metrópoli por las nefastas fuerzas del maccarthysmo contra todo lo que oliese a "izquierdista" con la salvedad de que quienes tal cosa hacían aquí lo perpetraban contra aquellos que luchaban por la independencia de Puerto Rico.

Si la historia de los pueblos y de sus luchas libertarias fueran escritas de una vez para siempre `por quienes determinadas circunstancias históricas y sociales han colocado en posiciones de poder, aquellos que se han sacrificado y que han sufrido persecución cárcel y muerte por servir a fines superiores estarían siempre relegados al papel de locos y criminales. Afortunadamente la historia de los pueblos -así como la de la humanidad - está aún por escribirse. Muchas páginas inéditas, muchos silencios deliberados, muchas mentiras y verdades a medias encontramos a diario en las historias oficiales acerca de los que han ido en contra del orden establecido. Pero la reivindicación histórica no tarda en llegar. Y no tarda porque el mundo que vivimos es escenario de la lucha entre fuerzas que pretenden perpetuar la explotación del hombre por el hombre y de unos pueblos sobre otros y de aquellos que laboran en pro de la abolición de todo sistema predicado por dichas clases. Albizu Campos fue portavoz y actor de estas fuerzas progresistas, de las que hoy representan los mejores intereses de la inmensa mayoría de la humanidad. En la justa medida en que Puerto Rico es también "parte de la bola del mundo", como diría De Diego, nuestra patria está inmersa en esta lucha sin cuartel que tiene proyecciones mundiales. Albizu Campos como personaje histórico fue el abanderado de todas aquellas fuerzas dentro de nuestra sociedad que concibieron y aún conciben su solidaridad de intereses con los pueblos subdesarrollados del tercer mundo y en contra del sistema imperialista mundial capitaneado por los Estados Unidos. Puede decirse en ese sentido que el ideario nacionalista de Albizu Campos -en la medida en que es a su vez antiimperialista - tiene una dimensión indiscutiblemente internacionalista. Dimensión que va cobrando un significado cada vez mayor a medida que pasa el tiempo, sobre todo cuando se le compara con la gestión de otras figuras Don Pedro Albizu tras las radiaciones a las que fue sometido por el gobierno de EUAhistóricas del Puerto Rico actual.

Albizu Campos vive 73 años. Es una vida realmente extraordinaria y llena de vicisitudes. En esa vida que comienza el 12 de septiembre de 1891, en Ponce, vemos reflejado el dilema y el destino de nuestro pueblo. Pues es en el caso de los hombres de dotes excepcionales como el Maestro Nacionalista que los programas y perspectivas de una sociedad logran cobrar un carácter más acusado, más patente. El dilema de Albizu Campos es esencialmente el dilema de nuestra patria bajo la dominación norteamericana: colaboración o no colaboración, entrega o resistencia, asimilación cultural o afirmación nacional, colonialismo o independencia. Hombre de gran sensibilidad y de agudo intelecto capta con perfecta claridad aquello que la mistificación y el engaño impiden ver a otros. Su compromiso existencial con la lucha por la independencia de Puerto Rico es uno de carácter radical. Sus palabras: "En la cárcel o frente a la muerte renovamos nuestros votos de consagración a la causa de la independencia patria", publicadas en la revista Puerto Rico en septiembre de 1945, pueden servir a manera de resumen en cuanto a su compromiso con la causa que sirvió de norte a su vida.

Lo que Manrique Cabrera ha llamado "el trauma del 98" y Pedreira el comienzo del período de "indecisión y transición" en nuestra historia acontece mientras el joven Albizu Campos cuenta unos siete años. Sin duda era demasiado joven en aquel entonces para conocer la labor insurreccional de Betances, de la solidaria antillana de un Martí, de la genialidad fervorosamente revolucionaria de un Hostos. Ni tampoco le sería dable conocer el oportunismo de Muñoz Rivera, el larvado anexionismo de Barbosa y de Iglesias, el entreguismo colonial que aceptaría jubiloso la nueva dominación sin percatarse de que, como diría Martí, "cambiar de dueño no es ser libre". Albizu Campos hubiera tenido el clamor de Eugenio María de Hostos al ocurrir lo que hoy algunos denominan con el eufemismo del "cambio de soberanía" y que no era otra cosa sino el comienzo del nuevo proceso de colonización de nuestra patria por el imperio norteamericano. Nos dice Hostos en su Diario:

Sentí por ella y con ella su hermosura y su desgracia. Pensaba en lo noble que hubiera sido verla libre por su esfuerzo, y en lo triste y abrumador y vergonzoso que es verla salir de dueño sin jamás serlo de sí misma, y pasar de soberanía en soberanía sin jamás usar de la suya... Echaba de menos aquel ferviente placer con que en los días primeros respiraba yo lo que llamaba brisa de la patria, que me parecía la más pura, más regeneradora y más restauradora de las brisas: echaba de menos la fuerza de afecto con que amaba yo a mi suelo: en realidad, echaba de menos la patria. No era, por cierto, a causa de la bandera española, símbolo que no me hacía ninguna falta; ni tampoco a causa de la bandera americana, símbolo que, limitado por tiempo a representar la estabilidad del derecho vivido, no vería sin devoción; pero era porque no veía en las cosas ni en los hombres los símbolos y el sentimiento de la personalidad nacional y de la dignidad social que no he visto caer, ¡yo desgraciado!, en la hora misma en que después de años de esfuerzos, cuando creía verlos levantados por la fuerza de la sociedad nativa, los veo caídos por desmayo de la fuerza con que yo había contado.



Adolescencia.

No obstante, Albizu Campos no tardará mucho en percatarse del problema planteado por Hostos. Su adolescencia transcurrirá en Ponce. Se dice como anécdota de sus años juveniles que cuando uno de sus maestros de escuela superior sugirió una discusión acerca de la independencia Albizu replicó: "La independencia no se discute, se hace". Sin duda que comenzaba a perfilarse su carácter revolucionario. Luego y como premio a sus dotes intelectuales recibe una beca de la Logia Aurora de Ponce para ir a estudiar a la Universidad de Vermont. Al estallar la primera guerra mundial, el prócer ponceño sirve en el ejército de los Estados Unidos con el rango de oficial. Más tarde va a Harvard donde cursa su carrera de derecho. Regresa a la isla a comienzos de la tercera década y de inmediato se lanza a la palestra pública. Ya desde sus años en Harvard el joven Albizu concebía la necesidad de la independencia para Puerto Rico. Había sido influido por la lucha independentista de Irlanda. Jorge Mañach nos lo describe de la siguiente manera:

Era un hombre joven, de tez oscura, de facciones extraordinariamente despejadas y nobles. El pelo suavemente ondeado, altos los pómulos, un bigotillo sobre el labio generoso, un hoyuelo muy marcado en el mentón... Tenía los ojos muy brillantes. Reíase a menudo, con una risa sonora que ponía al descubierto una dentadura espléndida... Tenía una autoridad natural de mentor, a veces, debo decirlo, un poco demasiado segura de sí misma, demasiado dogmática. Discutía con una lógica inflexible, acelerada, que a menudo me resultaba irritante porque me parecía que dejaba fuera las zonas de valores más gratas a la sensibilidad estética...

Era un discípulo de Betances, de Hostos y, en menor grado, porque lo conocía menos, de Martí. Como nuestro patricio, decía que estaba por escribir la última estrofa de Bolívar, señalo que ya él no pensaba en Cuba, ya libre, sino en su Puerto Rico... Puerto Rico, desde luego, no podía tener más destino que el de libertarse de aquel pueblo que no se dignó a consultar su voluntad histórica, al terminar su guerra con España. No se trataba sólo de "libertades" más o menos; se trataba de reconquistar el derecho a la propia personalidad. Presentía ya entonces Albizu que la lucha iba a ser larga, dura, cruenta. Pero hablaba con entusiasmo del ejemplo de Irlanda, que por aquellos años libraba una lucha heroica contra Inglaterra.

Esos primeros veinte y pico de años de dominación norteamericana habían contribuido a confirmar las proféticas palabras de Betances cuando advertía contra la posibilidad de que Puerto Rico fuese tragado por el "minotauro norteamericano". Las efímeras reformas de la Corte Autonómica de 1897 habían sido echadas por la borda y, las leyes Foraker (1900) y Jones (1917) imponían al pueblo puertorriqueño una condición colonial que prácticamente todos los puertorriqueños -excepción hecha, claro está, de los nuevos "incondicionales" representada por el Partido Republicano anexionista- repudiaban. El Partido Unión de Puerto Rico, fundado en 1904, fue desde su fundación el defensor de los intereses puertorriqueñistas y el más poderoso partido político de la isla. El prócer aguadillano José De Diego había conseguido que se incluyera en la Base Quinta del programa de la Unión la solución de independencia para el status político de Puerto Rico, aunque conjuntamente con las fórmulas de autonomía y estadidad como alternativas. De ahí en adelante De Diego -y más tarde Matienzo Cintrón- llevaron la voz cantante de la independencia patria frente a la camaleónica política de Muñoz Rivera dentro de la Unión y ante el anexionismo a ultranza representado por Barbosa. De Diego se impone a la imposición de la ciudadanía norteamericana a los puertorriqueños contenida en la Ley Jones y mantiene vivo el liderato independentista frente al oportunismo muñocista. Pero al morir el prócer aguadillano en 1918 la causa independentista quedó huérfana de su más firme adalid y recae en las manos inseguras del heredero del poder dentro de la Unión, una vez muerto Muñoz Rivera: Antonio R. Barceló.



Regreso a Puerto Rico.

Cuando Albizu Campos retorna a la isla se confronta con que Barceló ha descartado la independencia de la Base Quinta de la Unión y se ha abrazado a un nuevo concepto llamado "Estado Libre Asociado". Además, se había plegado a los designios del gobernador Mont Reilly cuando éste decidió privar a todos los independentistas de sus puestos públicos. Como consecuencia de esta acción de Barceló un grupo de unionistas había abandonado la Unión para fundar un nuevo partido: el Partido Nacionalista de Puerto Rico, fundado en el Teatro Nuevo, de Río Piedras, el 17 de septiembre de 1922. En un determinado momento Albizu Campos ingresa en el Partido Unionista pero sólo para abandonarlo poco después y unirse al Partido Nacionalista. Así explicará él su decisión en una entrevista concedida a Los Quijotes (1926).

He creído siempre en una abierta oposición al gobierno colonial y como ninguno de los partidos políticos, hasta el 1921 seguía la táctica de no cooperación, me abstuve de tomar parte en ninguna actividad partidista. Reilly (el gobernador colonial) provocó una rebeldía general en el país, al privar a los unionistas de sus puestos en el gobierno. Creí posible entonces la organización de una agrupación que se dispusiera a combatir abiertamente al régimen colonial. En noche memorable, cuando la Junta Central del Partido Unionista, peregrinaba buscando el apoyo de todo buen puertorriqueño frente a los ataques del gobernador Reilly y de los traidores del Partido, y cuando no podía esta colectividad disponer de un solo puesto público, hice mi ingreso en sus filas para reforzar su rebeldía...

Cuando la dirección del Partido, poco tiempo después de mi ingreso, resolvió acatar la voluntad del gobierno norteamericano, para que no hiciese más campaña separatista en Puerto Rico, me retiré inmediatamente y contribuí a la formación del Partido Nacionalista, integrado por los desprendimientos de los pocos patriotas que había en las filas unionistas.

En este pasaje puede captarse ya con toda claridad lo que había de ser norma invariable del líder nacionalista: guerra al colonialismo, no cooperación con el régimen.

De ese momento en adelante puede decirse que Albizu Campos retorna la bandera de De Diego y levanta a la causa independentista del lugar donde le habían dejado caer los políticos de oficio de la colonia. Al levantar una vez más la causa de la independencia del lugar a donde la habían relegado los que no supieron o no quisieron continuar la obra dieguista, el Maestro Nacionalista establecía la esencial continuidad del esfuerzo libertario que había encendido por vez primera el Padre de la Patria, el Dr. Ramón Emeterio Betances, al acaudillar la gloriosa gesta que culminó con el Grito de Lares del 23 de septiembre de 1868.

Es menester tener claro que en ese momento histórico el Partido Nacionalista es una organización creada por un grupo de intelectuales preocupados por el problema de la asimilación cultural en Puerto Rico. Poco más tarde la Alianza Puertorriqueña -compuesta por el Partido Unión y los republicanos que seguían a Tous Sot- irá a las elecciones de 1924 y permanecerá en el poder colonial hasta el 1932, cuando una Coalición de los Republicanos llamados puros (seguidores de Martínez Nadal) y los socialistas de Santiago Iglesias gana las elecciones. No es hasta que, una vez disuelta la Alianza, Barceló funda el Partido Liberal (1931) que la causa independentista vuelve a ser sustentada por uno de los partidos políticos principales de la isla. De forma tal que durante estos dos lustros (1921-1931) el Partido Nacionalista sería la única organización política defensora de la independencia de nuestra patria existente en la isla.



Por América.

En 1925 Albizu Campos había sido electo vicepresidente del Partido Nacionalista. Se determinó que él debía partir en un periplo por la América Latina con el fin de recibir ayuda y apoyo para la causa de la independencia de Puerto Rico. Siguiendo la tradición antillana de Betances, Hostos, Martí y De Diego, Albizu Campos va a Santo Domingo, Haití y Cuba. Allí se entrevista con los más prominentes líderes nacionalistas y antiimperialistas. Conoce de primera mano la ignominia de las intervenciones militares yanquis que padecían dichos pueblos. No se le escapa la verdadera naturaleza de los llamados "protectorados" norteamericanos. Atento a lo que hoy se denomina "nacionalismo", escribirá luego en El Nacionalista su dictamen: "Nación protegida. Nación agredida por el supuesto protector. Tal es el aforismo de la vida internacional".

Mientras se halla en Cuba pronuncia un fogoso discurso contra el dictador Machado. Se ve forzado a refugiarse en la Embajada de México y debe abandonar el país. Recordando su estampa de gran tribuno nos lo describe así el gran escritor cubano Juan Marinello:

Era frente a las masas cuando se agigantaba aquel hombre menudo y frágil, y a los pocos instantes quedaban todos presos en la arenga. El razonamiento poderoso y original, en el que se descubrían muchas lecturas, editaciones y vigilias, venía sustentado en la dicción apasionada. La voz, que era en lo íntimo apacible y sugerente, adquiría en la tribuna un tono metálico y vibrante que llegaba al oyente más lejano como un clarín de órdenes al que no podía sustraerse. Y por largo que fuese el discurso el tono se mantenía el mismo, como un clamor que arrancaba de más allá del cuerpo en que nacía.

De México irá luego a Perú. Busca establecer contactos en Argentina. Al filo de la cuarta década regresa a Puerto Rico. Retorna con el conocimiento de que la lucha contra el imperialismo norteamericano habría de ser sin cuartel. Su postura meridiana antiimperialista puede ya notarse en la entrevista concedida a la revista Los Quijotes (1926) a que he hecho alusión anteriormente. En gran medida puede decirse que Albizu Campos es uno de los precursores del antiimperialismo latinoamericano y tiene una perfecta claridad acerca de la naturaleza de dicho sistema mucho antes que otros pensadores del hemisferio. Al mismo tiempo, cabe destacar el hecho de que Haya de la Torre y Mariátegui en el Perú, Vasconcelos en México, la "generación del 28" en Venezuela, Guiteras en Cuba, para mencionar unos pocos que vienen a mi mente, estaban también diagnosticando el fenómeno aludido y llamándolo por su nombre. Así como en las montañas de Nicaragua el glorioso combatiente Augusto César Sandino luchaba, con las armas en la mano, contra la ocupación militar de su patria por los infantes de marina norteamericanos.

Que Albizu Campos tenía una perfecta lucidez respecto al problema del colonialismo y del neocolonialismo en el hemisferio -así como en lo concerniente a la situación peculiar de Puerto Rico dentro de dicho contexto- lo atestiguan las siguientes declaraciones hechas por él para la revista citada:

Puerto Rico y las otras Antillas constituyen el campo de batalla entre el imperialismo yanqui y el iberoamericanismo. La solidaridad iberoamericana exige que cese toda injerencia yanqui en este archipiélago para restaurar el equilibrio continental y asegurar la independencia de todas las naciones colombinas. Dentro de esta suprema necesidad es imprescindible nuestra independencia.

Nuestra situación dolorosa bajo el imperio de Estados Unidos es la situación que pretende Norteamérica imponer a todos los pueblos del continente. Nuestra causa es la causa continental. Los pensadores iberoamericanos ven claro el problema conjunto de la América Ibérica frente al imperialismo yanqui. Si triunfa la absorción norteamericana en nuestra tierra, el espíritu de conquista yanqui no tendrá freno...

Si triunfa el imperio en nuestro ambiente sería un golpe fuerte para la raza iberoamericana. Se lesionaría gravemente su prestigio y se atraería una invasión yanqui, sin medida y sin cuartel...

La preocupación iberoamericana no es defender a México, a Colombia, a Venezuela, o a otras repúblicas de nuestra sangre. La preocupación continental es arrancar la bota yanqui de todas las posiciones que ocupa en el Caribe.

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Más reciente revisión: Febrero 24 de 2002 .