Amistades y enemistades literarias.
Pablo Neruda.


Partes


No sólo de estrellas...

No sólo de estrellas...
Tal vez a nadie por estas tierras le haya tocado en suerte desencadenar tantas envidias como a mi persona literaria. Hay gente que vive de esta profesión, de envidiarme, de darme publicidad extraña, por medio de folletos tuertos o tenaces y pintorescas revistas. He perdido en mis viajes esta colección singular. Los pequeños panfletos se me han quedado en habitaciones lejanas, en otros climas. En Chile vuelvo a llenar mi maleta con esta lepra endémica y fosforescente, arrincono de nuevo los adjetivos viciosos que quieren asesinarme. En otras partes no me pasan estas cosas. Y sin embargo, vuelvo. Es que me gusta ciegamente mi tierra y todo el sabor verde y amargo de su cielo y de su lodo. Y el amor que me toca me gusta más aquí, y este odio extravagante y místico que me rodea pone en mi propiedad un fecundo y necesario excremento. No sólo de estrellas vive el hombre.

España, cuando pisé su suelo, me dio todas las manos de sus poetas, de sus leales poetas, y con ellos compartí el pan y el vino, en la amistad categórica del centro de mi vida. Tengo el recuerdo vivo de esas primeras horas o años de España, y muchas veces me hace falta el cariño de mis camaradas.

Vicente Alexandre.

En un barrio todo lleno de flores, entre Cuatro Caminos y la naciente Ciudad Universitaria, en la calle Wellingtonia, vive Vicente Alexandre.

Es grande, rubio y rosado. Está enfermo desde hace años. Nunca sale de casa. Vive casi inmóvil.

Su profunda y maravillosa poesía es la revelación de un mundo dominado por fuerzas misteriosas. Es el poeta más secreto de España, el esplendor sumergido de sus versos lo acerca tal vez a nuestro Rosamel del Valle.

Todas las semanas me espera, en un día determinado, que para él, en su soledad, es una fiesta. No hablamos sino de poesía. Alexandre no puede ir al cine. No sabe nada de política.

De todos mis amigos lo separo, por la calidad infinitamente pura de su amistad. En el recinto aislado de su casa la poesía y la vida adquieren una transparencia sagrada.

Yo le llevo la vida de Madrid, los viejos poetas que descubro en las interminables librerías de Atocha, mis viajes por los mercados de donde extraigo inmensas ramas de apio o trazos de queso manchego untados en aceite levantino. Se apasiona con mis largas caminatas, en las que él no puede acompañarme, por la calle de Cava Baja, una calle de toneleros y cordeleros estrecha y fresca, toda dorada por la madera y el cordel.

O leemos largamente a Pedro de Espinosa, Soto de Rojas, Villamediana. Buscábamos en ellos los elementos mágicos y materiales que hacen de la poesía española, en una época cortesana, una corriente persistente y vital de claridad y misterio.

Miguel Hernández.

¿Dónde estará Miguel Hernández? Ahora curas y guardiaciviles "arreglan" la cultura en España. Eugenio Montes y Pemán son grandes figuras y están bien al lado del forajido Millán Astray, que no es otro quien preside las sociedades literarias en España. Mientras tanto, Miguel Hernández, el grande y joven poeta campesino, estará fusilado y enterrado, en la cárcel o vagando por los montes.

Yo había leído antes de que Miguel llegara a Madrid sus autos sacramentales, de inaudita construcción verbal. Miguel era en Orihuela pastor de cabras y el cura le prestaba libros católicos, que él leía y asimilaba poderosamente.

Así como el más grande de los nuevos constructores de la poesía política, es el más grande poeta nuevo del catolicismo español. En su segunda visita a Madrid, estaba por regresar cuando, en mi casa, le convencí que se quedara. Se quedó entonces, muy aldeano en Madrid, muy forastero, con su cara de patata y brillantes ojos.

Mi gran amigo, Miguel, cuánto te quiero y cuánto respeto y amo tu joven y fuerte poesía. Adonde estés en este momento, en la cárcel, en los caminos, en la muerte, es igual: ni los carceleros, ni os guardiaciviles, ni los asesinos podrán borrar tu voz ya escuchada, tu voz que era la voz de tu pueblo.

Rafael Alberti.

Antes de llegar a España conocí a Rafael Alberti. En Ceilán recibí su primera carta, hace más de diez años. Quería editar mi libro Residencia en la tierra, lo llevó de viaje en viaje de Moscú a Liguria, y sobre todo, lo paseó por todo Madrid. Del original de Rafael, Gerardo Diego hizo tres copias. Rafael fue incansable. Todos los poetas de Madrid oyeron mis versos, leídos por él, en su terraza de la calle Urquijo.

Todos, Bergamín, Serrano, Plaja, Petere, tantos otros, me conocían antes de llegar. Tenía, gracias a Rafael Alberti, amigos inseparables, antes de conocerlos.

Después, con Rafael hemos sido simplemente hermanos. La vida ha intrincado mucho nuestras vidas, revolviendo nuestra poesía y nuestro destino.

Este joven maestro de la literatura española contemporáneo, este revolucionario intachable de la poesía y de la política debería venir a Chile, traer a nuestra tierra su fuerza, su alegría y su generosidad. Debería venir para que cantáramos. Hay mucho que cantar por aquí. Con Rafael y Roces haríamos unos coros formidables. Alberti canta mejor que nadie el "tamborileiro", el Paso del Ebro, y otras canciones de alegría y de guerra.

Es Rafael Alberti el poeta más apasionado de la poesía que me ha tocado conocer. Como Paul Éluard, no se separa de ella. Puede decir de memoria la Primera Soledad de Góngora y además largos fragmentos de Garcilaso y Rubén Darío y Apollinaire y Maiakovski.

Tal vez Rafael Alberti escriba, entre otras, las páginas de su vida que nos han tocado convivir. Se verá en ellas, como en todo lo que él hace, su espléndido corazón fraternal y su espíritu tan español de jerarquía, justos y centrales dentro de la construcción diamantina y absoluta de su expresión, ya clásica.

Envío: a Arturo Serrano Plaja y Vicente Salas Viu.

Vosotros sois los únicos amigos de mi vida literaria en España que habéis llegado a mi patria. Hubiera querido traerlos a todos, y no he desistido de ello. Trataré de traerlos, de México, de Buenos Aires, de Santo Domingo, de España.

No sólo la guerra nos ha unido, sino la poesía. Os había llevado a Madrid mi buen corazón americano y un ramo de rimas que habéis guardado con vosotros.

Vosotros, ¡cuántos! todos, habéis aclarado, tanto mi pensamiento, me habéis dado tan singular y tan transparente amistad. A muchos de vosotros he ayudado en problemas recónditos, antes, durante y después de la guerra.

Vosotros me habéis ayudado más.

Me habéis mostrado una amistad alegre y cuidada, y vuestro decoro intelectual me sorprendió al principio: yo llegaba de la envidia cruda de mi país, del tormento. Desde que me acogisteis como vuestro, disteis tal seguridad a mi razón de ser, y a mi poesía, que pude pasar tranquilo a luchar en las filas del pueblo. Vuestra amistad y vuestra nobleza me ayudaron más que los tratados. Y hasta ahora, este sencillo camino que descubro, es el único para todos los intelectuales. Que no pasen a luchar con el pueblo los envidiosos, los resentidos, los envenenados, los malignos, los megalómanos.

Ésos, al otro lado.

Con nosotros, amigos y hermanos españoles, solamente los puros, los fraternales, los honrados, los nuestros.

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Más reciente revisión: Abril 27, 2002