Del inconveniente de haber nacido.
Emile Cioran.
Aspirar, lo más profundo dentro de uno mismo, estar tan desposeído, ser tan lamentable como Dios.
Lo que sé a los sesenta años, ya lo sabía a los veinte. Cuarenta años de un largo, superfluo trabajo de comprobación.
Me gustaría ser libre, inimaginablemente libre. Libre como un ser abortado.
A medida que los años pasan, decrece el número de seres con quienes puede uno entenderse. Cuando no haya ya nadie a quien dirigirse, seremos al fin tal y como se era antes de sucumbir en un nombre.
Algunos tienen desgracias; otros, obsesiones. ¿Quiénes son más dignos de lástima?
Cuando me paseaba, tarde, por el camino bordeado de árboles, una castaña cayó a mis pies. El ruido que hizo al estallar, el eco que suscitó en mí, y un temblor desproporcionado con respecto a ese ínfimo incidente, me sumergieron en el milagro, en la embriaguez de lo definitivo, como si no hubiera ya más preguntas, sino respuestas. Me sentía ebrio de mil evidencias inesperadas con las que no sabía qué hacer...
Así fue como estuve a punto de alcanzar mi momento supremo. Pero creí preferible continuar el paso.
Según la regla de San Benito, si un monje se tornaba orgulloso, o solamente contento de su trabajo, debía apartarse de él y abandonarlo.
He aquí un peligro que no teme el que haya vivido en el apetito de la insatisfacción, en la orgía del remordimiento y del asco.
Siempre he buscado paisajes anteriores a Dios. De ahí mi debilidad por el Caos.
Sólo me entiendo bien con alguien que se encuentra en lo más bajo de sí mismo, sin el deseo ni la fuerza de recuperar sus ilusiones habituales.
Hay noches que ni el más ingenuo torturador podría haber inventado. Sale uno deshecho, estupidizado, perdido. Sin recuerdos ni presentimientos, y sin saber siquiera quién se es. Y entonces es cuando el día parece inútil, y la luz perniciosa y más opresora aún que las tinieblas.
Más de una vez se me ha ocurrido salir de casa porque, de haberme quedado, no estaría seguro de poder resistir a alguna resolución
súbita
. La calle es más tranquilizadora porque se piensa menos en uno mismo, y porque en ella todo se debilita y se deteriora, empezando por las angustias.
-¿Qué hace usted todo el día?
-Me soporto.
Alguien, no sé quién, dijo que no debería uno privarse del "placer de la piedad".
¿Se ha justificado alguna vez a la religión de manera más delicada?
"Oh Satán, mi Maestro, me entrego a ti para siempre". cómo me pesa haber olvidado el nombre de la religiosa que, habiendo escrito esto con un clavo untado en su sangre, merecía figurar en una antología de la plegaria y el laconismo.
El día que leí la lista de casi todas las palabras de que dispone el sánscrito para designar al absoluto, comprendí que me había equivocado de camino, de país, de idioma.
A pesar de su cabello
blanco
continuaba en la prostitución. La encontraba a menudo en el Barrio Latino hacia las tres de la mañana, y no me gustaba regresar a casa sin antes haberle oído relatar algunas hazañas o anécdotas. Tanto las hazañas como las anécdotas se me han olvidado. Pero no puedo olvidar la rapidez con que, una noche en que me puse a despotricar contra todos esos "piojosos" que dormían, ella comentó, levantando el índice hacia el cielo: "
¿Y qué dice usted del piojoso de allá arriba?
"
"Aquel que tiene inclinaciones hacia la lujuria es compasivo y misericordioso; los que tienen inclinación hacia la pureza no lo son" (San Juan Clímaco)
Para denunciar con tal claridad y vigor, no las mentiras, sino la esencia misma de la moral cristiana, y de cualquier moral, era someter un santo, ni más ni menos.
La ventaja no desdeñable de haber odiado mucho a los hombres es la de llegar finalmente a soportarlos por agotamiento de ese mismo odio.
Para medir bien el retroceso que representa el cristianismo en relación al paganismo, basta comparar las mezquindades que propalan los padres de la Iglesia sobre el suicidio, con las opiniones emitidas por Plinio, Séneca y Cicerón inclusive.
A veces uno quisiera caníbal, no tanto por el placer de devorar a fulano o mengano como por el de vomitarlo.
Nunca entenderé cómo se puede vivir sabiendo que no se es, por lo menos, eterno.
Cuando, furiosos por habernos habituado a nosotros mismos, empezamos a destetarnos, pronto nos damos cuenta que es peor, que odiarse refuerza aún más los lazos con uno mismo.
Se debería establecer el grado de verdad de una religión a partir de la importancia que ésta le otorga al Demonio; mientras más le dé un sitio prominente, más atestigua que se preocupa por lo real, rechaza las supercherías y la mentira, afirma su saciedad y le importa más comprobar que divagar, que consolar.
Frases tomadas de: "El inconveniente de haber nacido", E. M. Cioran, Taurus Ediciones, 1991
Más reciente revisión: Abril 26, 2002.